jueves, 15 de agosto de 2013

Jesus you are Worthy, by Brenton Brown

Jesus, You are mercy, Jesus, You are justice
Jesus, You are worthy, that is what You are
You died alone to save me,
You rose so You could raise me
You did this all to make me
a chosen child of God

Worthy is the Lamb that once was slain
To receive all glory, power and praise
For with Your blood
You purchased us for God
Jesus, You are worthy, that is what You are

Perfect sacrifice crushed by God for us
Bearing in Your hurt all that I deserve
Misjudged from my misdeeds,
You suffered silently
The only guiltless man in all of history

How worthy is the Lamb that once was slain
To receive all glory, power and praise?
For with Your blood You purchased us for God
Jesus, You are worthy, that is what You are
Jesus, You are worthy, that is what You are

Justice and mercy, justice and mercy
Justice and mercy meet on the cross

lunes, 15 de julio de 2013

Aceptando la Vida Eterna

Es curioso cómo damos vueltas y vueltas sobre la idea de muerte cuando el dolor se torna insorpotable, o en aquellos momentos de profunda depresión. Rechazamos la vida, le damos la espalda, en reacción a que ésta nos da la espalda a nosotros al no dejarnos vivir plenamente. Al vernos imposibilitados a vivir siquiera el día a día, nos ponemos en búsqueda de la muerte. La perseguimos, la añoramos y la abrazamos con el deseo de que nos lleve lejos de nuestro martirio, pensando que así pondría fin  a nuestra miseria. Sin embargo, no nos damos cuenta de que al hacerlo, estamos rechazando la salvación que nos brinda Jesús a través de su sacrificio. Como sentimos que la vida en el aquí y el ahora se nos es vedada, no aceptamos el plan de salvación de Dios que no tiene otro fin que el de la vida eterna. 

Desear la muerte no es otra cosa que rechazar a Jesús, ya que Él es la vida; el camino, la verdad y la vida (Juan 14:6). Al convertirnos a Cristo, recibimos su salvación, y con ello, el regalo de la vida eterna. No hace falta experimentar la muerte para empezar a disfrutarla. Esa vida eterna que Dios nos da empieza en el mismo momento en que aceptamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador. Es en ese preciso momento cuando empieza nuestra redención. Como nos enseña el Apóstol Pablo, Dios nos dio vida a nosotros, cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1). Pero el objetivo último de esa vida que Dios nos da es para que vivamos con nuestro Creador en el Reino de los Cielos, en el fin de los tiempos. La finalidad de la obra redentora de Dios no se basa principalmente en que podamos disfrutar de esta vida que llevamos en el aquí y ahora, en esta tierra. Sino, para que al partir de este mundo, entremos en presencia del Señor y seamos aceptados en su Reino; para habitar el lugar que Jesús mismo nos está preparando (Juan 14:2) 

Es muy fácil caer en la confusión y mezclar la salvación con el disfrute de la vida en este mundo. También con la vida presente y la eterna. Esto no quiere decir en manera alguna que a Dios no le importe lo que nos pase en este mundo. Le importa y mucho. Por algo Jesús hizo lo que hizo, dijo lo que dijo, y antes de volver al Padre, rogó para que nos proteja del mal (Juan 17:15). Pero cuando atravesamos una depresión, nos olvidamos fácilmente del verdadero propósito de la cruz. Nos focalizamos tanto en la vida presente y nuestro porvenir en este mundo, que al no salir las cosas como quisiéramos, empezamos a desear y pensar en la muerte, rechazando directamente lo que Jesús nos ofrece, la vida eterna.

Es inevitable desear la muerte cuando la angustia es intensa y constante, cuando perdemos las ganas de vivir y ya nada despierta nuestro interés. Las cosas de este mundo no nos llenan, no nos satisfacen, y menos que menos alivian nuestro dolor. Vemos y reconocemos, junto al hijo del rey David, que todo es vanidad (Eclesiastés 1:2). Todo es efímero, todo se pierde. Nada permanece. Parece que lo único que siempre va a estar durante toda la historia de la humanidad es la muerte. Pero una cosa es morir por nuestra condición de ser humano, y otra, es desearla. Desear la muerte implica negar la vida que quiere darnos Jesús, vida por la cual pagó un precio muy caro. 

En sí, el Hijo de Dios no vino al mundo para salvarnos de manera que nos vistamos con nuestras mejores ropas y estemos celebrando y disfrutando de los placeres de este mundo, confiados de que estaremos llendo de fiesta en fiesta. Jesús se entregó para que la muerte no nos alcance, mas tengamos vida eterna (Juan 3:15). Dios mandó a Jesús con el propósito de que la muerte no tenga la última palabra en nosotros, sino Su Resurrección y Su gloria. 

Cuando Pablo escribe que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien", no necesariamente quiere decir para esta vida, sino para la venidera. Todas las cosas que atravesemos, tanto malas y buenas, servirán para nuestra salvación eterna. Dios nos aclara en el pasaje de Isaías: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos (...) Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos (Isaías 55:8-9). Todo forma parte del plan redentor de Dios, bajo cuya mirada nada se le escapa. Jesús nos consuela cuando nos dice: "¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin que lo permita el Padre" (Mateo 10:29). Estemos confiados de que Dios cuida de nuestras vidas. Porque como Él aclara: "Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Aún te edificaré, y serás edificada, oh virgen de Israel; todavía serás adornada con tus panderos, y saldrás en alegres danzas" (Jeremías 31:3-4).

Sepamos aclamar junto al Apóstol Pablo: "los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada" (Romanos 8:18). La gloria que veremos será a Dios mismo en todo su esplendor. Cuando ese momento llegue, será nuestro Padre el que enjugará todas nuestras lágrimas; y ya no habrá más muerte, ni llanto, ni dolor (Apocalipsis 21:4).







domingo, 14 de julio de 2013

La indiferencia al dolor ajeno, según Elie Wiesel


Detrás mío, escuché al mismo hombre preguntarse: "¿Dónde está Dios?" 
Y oí una voz que contestaba dentro de mí: 
"¿Que dónde está? Ahí está, colgando de esa horca."
Esa noche, la sopa sabía a cadáveres. 

         Elie Wiesel, La Noche.

Elie Wiesel (Premio Nobel de la Paz) fue internado, junto a su familia, en el campo de concentración de Auschwitz, cuando tan solo tenía 15 años de edad. En su obra La Noche, Wiesel nos cuenta cómo  tuvo que presenciar la mayor oscuridad, perversión y maldad a la que un ser humano puede llegar, destrozando así su mirada infantil y aniquilando para siempre su inocencia. 

"Nunca olvidaré el silencio nocturno que me privó, por toda la eternidad, del deseo de vivir.
Nunca olvidaré aquellos momentos que asesinaron mi Dios y mi alma, convirtiendo en polvo mis sueños."

¿Dónde estuvo Dios en Auschwitz? ¿Dónde estuvo Dios en la desesperante agonía de un chico de 15 años que perdió a su madre y hermana la misma noche en que arribó al campo de concentración? Un chico que vió con impotencia cómo su padre moría día a día. ¿Dónde estuvo Dios en medio de tanta maldad y sufrimiento?

Para Elie Wiesel, el Dios de su infancia había muerto.  Luego del horror vivido, tuvo que replantearse todo lo que había aprendido sobre Dios antes del Holocausto. Si bien, Wiesel trató de aferrarse lo más que pudo a su fe, tanta maldad y sufrimiento lo rebalsaron hasta quebrarlo moralmente por completo. Nunca dejó de dudar de la existencia de Dios, pero le fue inevitable cuestionarse una y otra vez sobre Su misericordia y amor eterno. Su  fe había quedado profundamente lastimada, y su relación con Dios, deshecha. Elie Wiesel tardó diez años en poder articular con palabras lo que había sufrido y visto en ese campo de concentración. En sus obras se evidencia su búsqueda por la verdad y un diálogo honesto con el Creador, partiendo desde la duda, el dolor, el lamento y la queja. Wiesel deja atrás al Dios acartonado y predecible, al que tomaba por sentado durante sus tiernos años de infancia, para dar lugar al misterio insondable de Dios, ese aspecto sobre el cual nunca podremos obtener respuesta alguna, pero no por ello nos impide seguir preguntando.

En ese lugar de tanta maldad manifestada en su máxima expresión, el pequeño Elie Wiesel no sólo sufrió el silencio de Dios sino también el del hombre, el de la sociedad en su conjunto. Y ésta es una de las razones por las cuales Wiesel luchó y sigue luchando por los más débiles, los oprimidos, los que sufren. Cuando viajó a Cambodia, los periodistas le preguntaron por qué estaba ahí ya que lo que había sucedido no se trataba de una tragedia judía. Wiesel simplemente respondió que cuando él necesitó que la gente viniera en su ayuda, no lo hicieron; por esa razón estaba allí.

Por haber sufrido la indiferencia en carne propia, Elie Wiesel escribe mucho al respecto para generar un ´despertar moral´ en la persona de manera que lo impulse a la acción. En una entrevista con Oprah, Wiesel describe al odio como la maldad en sí, pero sostiene que la indiferencia es lo que permite que la maldad crezca, la que le da su poder. Según sus propias palabras: "La indiferencia no es el comienzo; es el final. Y por lo tanto, indiferencia es siempre el amigo del enemigo porque se beneficia del agresor, nunca de su víctima, cuyo dolor es magnificado cuando él o ella se sienten olvidados. El prisionero político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar, se sienten abandonados, no por la respuesta a su súplica, no por el alivio de su soledad sino porque no ofrecerles una chispa de esperanza es como exiliarlos de la memoria humana. Y al negarles su humanidad, traicionamos nuestra propia humanidad."

En la Biblia, Jesucristo nos enseña a través de la parábola del buen samaritano a no ser indiferentes al dolor ajeno.  De hecho, cuando estamos tendiéndole una mano a alguien o acompañándolo en su dolor, también le estamos haciendo un bien a Jesús. "Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí"; "en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis."(Mateo 25) Jesús, durante todo su ministerio, siempre estuvo respondiendo al sufrimiento ajeno. Constantemente sintió compasión por la gente y actuó en consecuencia. Fue tal su empatía hacia el ser humano que permitió ser colgado de una cruz para salvarlo. 

No es nuestra indiferencia lo que mata a la persona, pero sí puede conducir a muchos a la muerte. Al haber vivido tanto horror a una edad temprana, que Elie Wiesel haya sobrevivido es, aunque él mismo lo niegue, un milagro. Su profunda necesidad de no ser indiferente a la desgracia ajena parece haber convertido su vida y obra en un canto a la vida, por la vida y para la vida.

Durante la depresión, abunda el dolor y la idea de muerte. Sin embargo, Dios mandó a Su hijo para darnos la vida. Puede que en algún momento hayamos sido abandonados por las personas, por algún ser querido; pero Dios nunca lo va  a hacer. Él nunca puede mostrarse indiferente a nuestro dolor; su esencia no se lo permite ya que Dios es la absoluta y eterna misericordia. Dios mismo nos acompaña cuando atravesamos el valle de la muerte, cargando consigo nuestro dolor y sintiéndolo en lo más profundo de su ser. Es por ello que el Rey David ora con total convicción:

"Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento."

- Salmos 23:4


domingo, 7 de julio de 2013

La soledad en la depresión

Varias son las razones por las cuales tendemos a aislarnos durante la depresión. Al sentirnos vulnerables, sentimos la necesidad de protegernos. Somos conscientes de que no estamos bien, de que algo nos está sucediendo. Tal vez, al principio no lo entendemos, nos sentimos confundidos, pero el dolor constante y latente nos vuelve frágiles. Poco a poco nos vamos replegando, escondiendo, tratando de buscar cobijo en la soledad, lugar en el cual nos sentimos más seguros, a resguardo. Es nuestra manera de protegernos contra el mundo y lo que nos está pasando. 

Las salidas con amigos empiezan a ser cada vez menos frecuentes. Aparte de no poseer las energías suficientes para sobrellevar tales actividades, por más mínimas que sean, sentimos miedo de terminar expuestos, evitando ser un foco de atención a raíz de nuestra enfermedad. Ya sea por vergüenza o miedo al rechazo, preferimos no compartir con los demás. lo que nos sucede. Tampoco queremos ser una carga para nadie; suficiente peso llevamos sobre nuestros hombros. Sentimos que la depresión es un gran peso de por sí para nosotros mismos, por lo que preferimos evitarles a los demás semejante molestia. Dependiendo de cómo nos sintamos en el día, rechazamos invitaciones o dejamos de participar de alguna actividad. Hay ocasiones en las cuales, incluso, somos incapaces de contestar un e-mail o un llamado telefónico. Simplemente no nos sentimos bien, estamos agotados, y no queremos arruinarle el momento a nadie con nuestro malhumor, pesimismo, o dolencia.

Nuestro círculo social se va achicando gradual o precipitadamente, dependiendo del caso de cada uno. La sociedad todavía no está bien informada sobre esta enfermedad y sus consecuencias. Por lo que a veces, los amigos o los familiares no entienden, o no se sienten capacitados para acompañarlo a uno durante la depresión, o están demasiado ocupados. Cualquiera sean las razones en los diferentes contextos, mientras sufrimos de una depresión, nos vamos sintiendo más solos e incomprendidos. Hasta podemos llegar a quedarnos completamente solos y abandonados, situación que suele agravarse con el sentimiento e idea errónea de que Dios permanece distante e indiferente a nuestro dolor.

Lo que podemos hacer en momentos así es aferrarnos a Jesús y clamar por su misericordia. Debemos recordar que Él es nuestro buen pastor, quien puso su vida por sus ovejas (San Juan 10:14-15), y es capaz de ir a buscarnos a lo más profundo del abismo para rescatarnos y llevarnos a la luz. Jesús mismo, la segunda persona del Dios triuno, nos considera y llama sus amigos. Él es nuestro amigo fiel, quien nos comprende en lo más íntimo de nuestro ser. Jesús conoce nuestra situación, y no nos abandonará jamás, ofreciéndonos constantemente su propia compañía. 

El amor de Dios no puede encasillarse, no sigue ningún método o estereotipo, sino que atraviesa todo obstáculo e interviene en toda situación con el fin de llegar hacia nosotros. Lo hace de maneras incomprensibles para nuestro pequeño entendimiento. Por ello, podemos orar confiados pidiéndole al Padre, en nombre de su Hijo Jesucristo con la asistencia del Espíritu Santo, que nos guíe a alguien que pueda acompañarnos en este trayecto y esté dispuesto a escucharnos. Alguien que pueda ser el recipiente sagrado de todo lo que llevamos dentro, nuestro dolor, dudas y desesperanzas; capaz de recibirlo con amor, respeto y compasión, y de interceder por nosotros en oración. Dios, a su tiempo, responderá a nuestra necesidad. "Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, le oyó" (Salmos 22:24).








miércoles, 3 de julio de 2013

Poner el foco en Jesús

Generalmente, una de las primeras cosas que se nos viene a la mente cuando pensamos en Jesús es su continuo deseo de sanar a las personas. Incluso Él mismo lo afirma al responderle a las personas que buscaban sanación. En el libro de Mateo, nos cuenta el autor que un leproso se postró ante el Señor y le dijo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Jesús, en el momento de sanarlo, le respondió que sí, que quería hacerlo (Mateo 8:2-3). En ninguna parte de las Escrituras se lee que Jesús le haya negado a alguien la sanación. El Señor llegó incluso a resucitar a la hija de Jairo y a Lázaro, mostrando así no sólo su gran poder, sino también su misericordia y amor.

Sin embargo, a lo largo de la historia, hubo numerosas personas que le pidieron a Dios por sanación pero nunca la recibieron. El Apóstol Pablo es un claro ejemplo de ello. Cuando le rogó al Señor que le quitara el aguijón de la carne, Dios le respondió: "bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad" (2 Corintios 12:9). Si bien, a diferencia de Pablo, no todos recibimos respuestas tan claras sobre el por qué de nuestra condición; tal vez, el silencio de Dios es en sí una respuesta.  De todas maneras, no podemos dejar de seguir preguntando, ¿por qué no recibimos sanación cuando se lo pedimos a Dios en el nombre de su Hijo Jesucristo? Pueden ser varias las razones, pero sólo Dios lo sabe a ciencia cierta. Nosotros no podemos más que tratar de aceptarlo, y orar como nos enseña la oración del Padre nuestro: "Hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo". 

Mientras atravesamos una depresión y no obtenemos respuesta alguna al respecto, es importante no dejar de poner el foco en Jesús. Aferrarse a Su cruz, allí donde murió por todos nosotros cargando consigo nuestro pecado, dolor y enfermedades. Sólo en ese lugar evitaríamos dejarnos arrastrar por la enfermedad hacia lugares demasiado oscuros. En el caso de que esto en su momento parezca imposible, sepamos que siempre podemos volver a ese lugar, a la cruz, nuestro refugio, nuestra salvación. Tal vez, no podamos hacerlo en el mismo día. Tal vez, debamos esperar varios días o semanas para recuperar fuerzas y poder, así, decidir volver a encontrarnos con Jesús. Él siempre va a estar ahí, esperándonos; siempre dispuesto para acompañarnos y guiarnos en medio de nuestra enfermedad. Paso a paso, día a día, hasta que al fin podamos salir por completo hacia la luz. 

Porque Jesús resucitó, venciendo así a la muerte, nosotros podemos abrigar la esperanza de nuestra redención en esta vida que terminará por completarse en la venidera. Con su resurrección, Dios nos demostró que Él es el señor de la vida y la muerte. Y sólo alguien con un poder así podría restaurar nuestra salud. Seguir a Jesús es andar por el camino que conduce a la verdad y la vida. Si tratamos de transitarlo como podamos, poco a poco nos iremos alejando de los efectos de muerte  y desesperanza que produce en nosotros dicha enfermedad.

La depresión es como permanecer en una constante encrucijada. Por un lado está el camino que nos conduce hacia la mentira y una oscuridad cada vez más intensa, camino que en muchos casos, termina en la muerte. Y por el otro, está el camino que nos lleva hacia la luz, la verdad y la vida en Jesús. Por más que nos cueste, debemos tratar siempre de tomar la decisión correcta y retornar al camino de la vida. A pesar de que nos caigamos, retrocedamos, nos quedemos paralizados, es importante permanecer en el camino de la verdad, el único que nos conducirá a la presencia de Dios. Y si sentimos que estamos tocando fondo cuando la depresión nos golpea fuerte, entonces aferrémonos a la cruz. En la cruz está nuestra salvación, nuestro socorro. Es nuestro sólido asidero que impedirá nuestra perdición.

En los momentos de mayor oscuridad, recordémos entonces lo que Jesús le respondió al leproso en busca de sanación: "Sí quiero, se limpio (sé sano)".

sábado, 29 de junio de 2013

Fidelidad de Dios en la depresión

“Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes” - Salmos 27:13.

Durante una depresión, solemos dudar de las bondadosas cualidades de Dios; entre ellas, Su fidelidad Nos preguntamos si Él va a ser fiel con nosotros y nos liberará de la opresión y enfermedad que nos produce atravesar dicho estado ¿Qué significa que Dios es fiel? ¿Acaso significa que cuando muramos iremos al cielo pero durante esta vida seguiremos aplastados por dicha enfermedad? ¿Se trata, entonces, solamente de una fidelidad a nivel escatológico? ¿O podemos esperar que Dios demuestre su fidelidad actuando en hechos puntuales en nuestras vidas, como nuestra depresión? Resulta difícil comprender la fidelidad de Dios cuando experimentamos intenso dolor o una depresión por tiempo prolongado. Cuando su respuesta tarda en llegar, o ni siquiera llega, inevitablemente surgen éstas y otras muchas preguntas más, resquebrajando así lo que creíamos sobre Dios y su fidelidad.

En cierta manera, la depresión parece actuar como un obstáculo que impide nuestra comunión con Dios. Cada vez lo escuchamos menos, lo vamos sintiendo más lejos, y la calidez que solíamos sentir en nuestro interior poco a poco se va apagando, siendo ésta reemplazada por la aridez y la nada. Sentimos incluso que Su Santo Espíritu nos abandonó y Jesús mismo dejó de morar en nuestro interior ¿Puede ser esto cierto? Si recurrimos a las escrituras, la respuesta sería un rotundo no. Pero si nos basamos en nuestras propias experiencias, la respuesta sería definitivamente afirmativa ¿Cómo podemos conciliar, entonces, nuestra realidad con lo que Dios nos comunica a través de Su Palabra?

La respuesta reside en la fidelidad de Dios para con su creación. Su fidelidad es el puente que une nuestro abismo con el Reino de los Cielos; la oscuridad en la que nos encontramos con Su luz; la aridez de este desierto con la Tierra Prometida. Y esa fidelidad está encarnada en la persona de Jesús, quien nos acompaña en todo momento como un amigo que sufre con nosotros y por nosotros en silencio. Jesús permanece a nuestro lado escuchando nuestro dolor. A veces, nos brinda algún consejo, unas palabras de aliento, ya sea Él mismo a través del Espíritu Santo y las Escrituras, o través de alguien de nuestro entorno. Dependerá de nosotros en reconocerlo, recordarlo y agradecérselo. Poder hacerlo continuamente durante una depresión puede llegar a ser todo un desafío. Pero hay que saber y confiar que Dios está de nuestro lado, trabajando para nuestra salvación y redención. 

El Apóstol Pablo, alguien que sufrió muchísimo durante su ministerio, nos alienta con sus palabras: "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Romanos 8:28). "Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse" (Romanos 8:18) Dios trabaja a través de todo lo que nos sucede para que nos vayamos conformando cada vez más a imagen y semejanza de Su Hijo Jesucristo. Si nosotros continuamente nos rendimos a Él, entonces, no puede haber absolutamente nada que le impida a Dios cumplir Su propósito para nuestras vidas. "Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 8:38-39)

viernes, 28 de junio de 2013

Ever Faithful God, by Paul Oakley

Ever Faithful God,

Paul Oakley


"All glory to the King of ages
All glory to the King of kings
His name is Love, His name is Jesus
Enthroned above in majesty

Into this world you came to save us
You bore the cross, you took my sin
You shone your light into my darkness
Unveiled the truth, this mystery

You are my God, you are my Saviour
You are the Rock on which I stand

Ever-faithful God, I cling to you
In every way you’ve shown that you are good
There’s no other love compares with you
Forever strong, forever true
Ever-faithful God, I cling to you

You are the end of all my searching
You pour your grace on my need
Unfailing love, unending mercy
Are found in you, The Prince of peace

You are my God, you are my Saviour
You are the rock on which I stand
You are my God, you are my Saviour
Eternal One, the Great I Am" 

sábado, 22 de junio de 2013

La Fidelidad de Dios evidenciada en las Escrituras

"Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones" - Deuteronomio 7:9

La fidelidad es una cualidad esencial de Dios que está intrínsecamente relacionada con la verdad. Así como Dios no puede ser fiel a medias, tampoco puede mentir. Dios no puede ser fiel por momentos; o muy fiel a veces y otras no. Menos que menos, no puede ser fiel con unos e infiel con otros. En Él, la fidelidad es completa y eterna. Dios siempre se mantiene fiel a Su palabra, a lo que promete y dice, como también a Su creación.

Durante todo el Antiguo Testamento se demuestra y declara constantemente la fidelidad de Dios para con su pueblo. Fue fiel con Abraham y Sarah cuando cumplió su promesa de que les nacería un decendiente, convirtiendo a Abraham en padre de multitud de naciones (Genesis 17:4). También fue fiel con el pueblo de Israel cuando los liberó de la esclavitud que sufrían en Egipto, les dio la victoria sobre sus enemigos y los llevó a la tierra prometida. Permaneció fiel a David, a quien  le había prometido que de su linaje nacería el Mesías. Es así entonces que podemos reafirmar lo dicho por el autor del libro de Josué, "no faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió" (Josué 21:45).

Todos los que aman a Dios y siguen sus mandamientos declaran constantemente en las Escrituras sobre esta cualidad de Dios, escribiendo cánticos de alabanzas y maravillándose de ella. El Rey David siempre la menciona en sus salmos: "Fieles son todos sus mandamientos" (salmos 111:7); "De generación en generación es tu fidelidad" (119:90); "Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia, y tu fidelidad alcanza hasta las nubes" (salmos 36:5). También el profeta Jeremías declara "Grande es tu Fidelidad" (lamentaciones 3:23). Obviamente esto no quita que los personajes descriptos en la Biblia no hayan tenido sus momentos de incertidumbre al respecto. Abundan ejemplos de cómo algunos llegaron a dudar de la fidelidad de Dios, preguntándose en repetidas ocasiones si a Dios realmente le importa, si no se olvidó de ellos o directamente los abandonó. Es el caso de Job y David, entre otros. Sin embargo, tarde o temprano buscaron vencer esas dudas y aferrarse, en consecuencia, a la fidelidad de Dios y creer en Su Palabra.

En el Nuevo Testamento, este atributo de Dios se manifiesta concretamente a través de la figura de Su Hijo. Jesús mismo es la encarnación de la fidelidad divina. Todo su ser es la expresión y muestra palpable de ello. Todo lo que dijo, hizo e incluso lo que permitió que sucediera fue para cumplir con su promesa de redención. Es por ello que durante el tiempo que habitó entre nosotros, constantemente se dedicó a sanar, enseñar, aconsejar, alentar y amar. Él varias veces lo declara: "porque así conviene que cumplamos toda justicia" (Mateo 3:15); "No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido" (Mateo 5:17-18); "Mas todo esto sucede, para que se cumplan las Escrituras de los profetas" (Mateo 26:56). Jesús se refiere con esto al plan de salvación de Dios a través de Su justicia llevada a cabo en su muerte y resurreción. 

El momento donde se demuestra con mayor claridad la fidelidad de Jesús hacia Su Padre, y en consecuencia, hacia todos nosotros, es cuando ora en Getsemaní. Allí les confiesa a sus dicípulos la intensa angustia que siente: "mi alma está muy triste, hasta la muerte" (Mateo 26:38). En ningún otro momento Jesús les declara tan abiertamente sentir tanto dolor. Sabía lo que le aguardaba, ya sentía el gran peso de semejante sacrificio. Y por ello, le ora a Dios: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú" (Mateo 26:39). Por más que ya sintiera un intenso dolor y angustia por lo que le esperaba y que era conciente de que sería increíblemente mucho más brutal y arrollador, Él eligió obedecer hasta el final.

Es allí, en la crucifixión y posterior resurrección de Jesús donde cada uno de nosotros experimentamos y comprobamos la fidelidad del Dios triuno en toda su magnitud. En el mísmisimo misterio pascual, Dios nos demuestra que su plan nunca fue abandonarnos y dejarnos a merced de la muerte y el pecado. Porque no es la voluntad de nuestro Padre que está en los cielos, que alguno se pierda (Mateo 18:14). Es por esta razón que el mismo Dios ha venido al mundo para salvar lo que se había perdido (Mateo 18:11). En el momento en que su único Hijo Jesús es sacrificado, Dios nos da la mayor prueba de su fidelidad. ¿Y qué más grande demostración de fidelidad hacia todos nosotros que ésta? Él mismo pagó con su propia vida nuestra desobediencia, nuestro pecado y perdición para cumplir con su promesa de salvación, cargando consigo todas nuestras dolencias y enfermedades  (Mateo 8:17). He ahí, en la cruz, nuestra principal fuente de esperanza y convicción de que Dios cumplió, cumple y seguirá cumpliendo con lo que nos prometió.

Jesús, incluso cuando llegó la hora de su Ascensión, no nos dejó solos sino que le rogó al Padre para que nos enviara otro Consolador, para que esté con nosotros para siempre. Es así que el Espíritu Santo nos acompaña en todo momento asistiéndonos en nuestras debilidades e intercediendo intensamente por nosotros (Romanos 8:26). Él es el que "convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio" (Jn 16,8). Nos enseñará y recordará todo lo que Jesús ha dicho y hecho durante su ministerio (Jn 14:26). Nos traerá a la memoria su fidelidad. 

Las Sagradas Escrituras nos demuestran una y otra vez que Dios nunca nos abandona y siempre cumple con Su Palabra. Son el testimonio de Su gran amor hacia nosotros, de un amor eterno porque Él es Fiel y Verdadero.






lunes, 17 de junio de 2013

Dios es Fiel

Cuando atravesamos momentos de intenso sufrimiento, o caemos en la depresión, solemos dudar de la fidelidad de Dios. Dejamos de creer en sus promesas e incluso podemos llegar a pensar que nos olvidó, le somos indiferentes o ya no le importamos más.  En realidad, lo que estamos haciendo es escuchar las mentiras de Satanás, provocando con ello que nuestra fe se vaya erosionando. Y cuanto más nos dejamos influenciar por ellas, más caemos en la desesperanza y la duda. Es ahí cuando nuestra imagen de Dios se va distorsionando y el conocimiento que tenemos sobre Él se va alejando cada vez más de la verdad. Empezamos a tomar las mentiras de Satanás como verdades mientras las vamos aplicando a nuestras vidas. Pensamos que Dios ya no nos quiere, que Él no es fiel a sus promesas, que no se preocupa por nosotros y no nos quiere sanar. En otras palabras, le adjudicamos a Dios lo que hace Satanás.

La depresión y el sufrimiento suelen arrastrarnos con fuerza hacia esos lugares donde abunda la mentira. Es por ello que la lectura constante de las Sagradas Escrituras junto con la oración incesante se vuelven elementos cruciales para no caer en la trampa. Termina siendo una cuestión de vida o muerte. Si nos dejamos influenciar por las mentiras, que sería todo pensamiento negativo, nos estaríamos dejando arrastrar hacia la muerte. Y esto es lo que Satanás quiere, como bien nos enseña el Apóstol Juan, "El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir" (Jn 10:10) En cambio, si nos aferramos a la Palabra, a la Verdad, estaríamos abriéndonos camino hacia la Vida, ya que Cristo ha venido para que tengamos vida, y para que la tengamos en abundancia (Jn 10:10).  

Creer en la fidelidad de Dios nos ayuda a no caer en las mentiras. Esperar a Dios creyendo que Él es fiel a sus promesas es una manera importante de resistir al Diablo y sus deseos de muerte dirigidos hacia todos nosotros. Como nos enseña Santiago, debemos someternos a Dios y resistir al Diablo; de esa manera, él huirá de nosotros (Santiago 4:7). Es por ello que durante la depresión es crucial que nos resistamos como podamos a las mentiras que trata de hacernos creer Satanás. Debemos creerle a Dios, creer en sus Promesas, y confiar en que Él es fiel. Dios nunca abandona a su pueblo. 

Si tenemos dudas, si estamos lidiando con una mentira, entonces hagámosle caso a Dios cuando nos dice: "Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces" (Jeremías 33:3). Porque Dios es un Dios que no sólo ama la Verdad, sino que también la enseña. De hecho, la ignorancia, al llevarnos a hacer, decir, pensar y seguir cosas erróneas, es en cierta manera un pecado. El profeta Isaías bien lo dice: "Por tanto, mi pueblo fue llevado cautivo, porque no tuvo conocimiento"(Isaías 5:13). Como también el profeta Oseas: "Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos"(Oseas 4:6).

Como dijimos al principio, creer en la mentira conduce a la muerte. Pero creer en la verdad nos lleva a la Vida. No nos dejemos convencer por todas esas mentiras que nos invaden durante la depresión. Cuando eso pase, recurramos a La Palabra de Dios. Su Fidelidad está intrínsecamente relacionada con la Verdad. Lo que es verdadero es siempre confiable. Y Dios no puede mentir, ya que no forma parte de su naturaleza. Por esta razón, podemos confiar en que Él va a hacer exactamente lo que prometió, el ser un Dios perfectamente confiable, cuya Palabra siempre se cumple.


Dios no es hombre, para que mienta,
Ni hijo de hombre para que se arrepienta.
El dijo, ¿y no hará?
Habló, ¿y no lo ejecutará?

                                                     - Números 23:19




viernes, 7 de junio de 2013

Vive



"Y yo pasé junto a ti, y te vi sucia en tus sangres,
y cuando estabas en tus sangres te dije: ¡Vive! 
Sí, te dije, cuando estabas en tus sangres: ¡Vive!" 
- Ezequiel 16:6






"Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, 
y en Jerusalén tomaréis consuelo. Y veréis, y se alegrará vuestro corazón, 
y vuestros huesos reverdecerán como la hierba; 
y la mano de Jehová para con sus siervos será conocida, 
y se enojará contra sus enemigos." 
- Isaías 66:13-14


lunes, 3 de junio de 2013

Recuérdame quién soy

"Cuando pierdo mi camino,
Y olvido mi nombre,
Recuérdame quién soy.
En el espejo todo lo que veo,
es quién no quiero ser,
Recuérdame quién soy.
En los lugares más solitarios,
cuando no puedo recordar lo que es la gracia.

Dime una vez más quién soy yo para Vos,
quién soy yo para Vos.
Dime no sea que me olvide quién soy yo para Vos,
que yo te pertenezco,
a Vos.

Cuando mi corazón es como una piedra,
Y me alejo corriendo de casa,
Recuérdame quién soy.
Cuando no puedo recibir Tu amor,
temiendo que nunca seré lo suficientemente bueno,
Recuérdame quién soy.
Si yo soy Tu amado,
¿podrías ayudarme a creerlo?

Dime una vez más quién soy yo para Vos,
quién soy yo para Vos.
Dime no sea que me olvide quién soy yo para Vos,
que te pertenezco,
a Vos.

Soy el que vos amas,
soy el que vos amas,
eso bastará,
Soy el que vos amas."

Creer en la bondad de Dios

Creer en la bondad de Dios es casi imposible en esos momentos en que la depresión nos ataca con fuerza. Menos que menos podríamos creer que nos quiere y se preocupa por nuestro bien. Sin embargo, creer en que Dios es bueno puede llegar a ser nuestro único sostén mientras todo lo demás se desmorona; nuestro único lazo que nos impide caer en un pozo oscuro sin fondo lleno de voces que profieren mentiras.

Estamos obligados a creer en la bondad de Dios, nuestra fe así lo exige. Podemos tener ciertas dudas, cuestionamientos e incredulidad al respecto; como lo tuvieron Job, Jeremías o el Rey David. Pero no podemos permitirnos permanecer en esas dudas. Podemos dejar que esas dudas o críticas afloren como meros visitantes, pero no podemos construirles una casa para que se queden a vivir. Tarde o temprano tendremos que tomar una decisión que pondrá a prueba nuestra fe. Por más que Él no nos responda, por más que no nos sane, ¿qué pensamientos tendremos de Él? A pesar de las adversidades, ¿creeremos que Dios es un Dios de  misericordia?

David mismo buscó aferrarse a la bondad del Señor en todo momento, especialmente en aquéllos en los cuales sufría de una depresión o estaba siendo acechado por enemigos. Como él así lo confiesa en el Salmo 27: "Hubiera yo desmayado, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes." Creer en la bondad de Dios lo ayudó a David a sostenerse y seguir adelante.

Cuando todos los pensamientos negativos nos golpean continuamente para que sigamos cayendo en la oscuridad y desesperación, tratemos de pronunciar esa breve frase pero tan cargada de luz: Dios es bueno. Dios es bueno. Dios es siempre bueno.

La aceptación de la personalidad, David Seamands

Te insto a que aceptes tu personalidad y reconozcas tu temperamento. El tener la verdad en lo íntimo significa que ya no tienes que resistirte a lo que eres. Cesas en tu lucha con el temperamento como un enemigo y empiezas a aceptarlo como un don de Dios. 
Yo mismo he pasado muchos años luchando conmigo mismo, intentando ser otro, batallando con mi temperamento nervioso, tenso, sintiéndome siempre algo enojado y tratando de ser distinto. El momento crucial del cambio llegó cuando pude aceptarme tal como soy. Porque un día el Señor dijo: "¡Mira, esto es lo que tienes! No vas a ser otra clase de personalidad. Lo mejor es que te acomodes a vivir con ella y aprendas a hacer algo con ella. 
"Y, además, si tú me entregas tu yo verdadero y lo poens en mis manos -no el super-yo, que no eres-, entonces los dos nos llevaremos muy bien y podré usarte tal como eres."
El primer paso en el aprendizaje a vivir por encima de la depresión es aceptarte tal cual eres. Esto no significa que has de ser controlado por el temperamento. Después de la conversión, el Espíritu Santo ha de ser el que tiene el control. Pero el Espíritu Santo sólo puede llenar y controlar lo que tú le cedes y engregas. Aunque no puedes cambiar tu temperamento, puedes permitir que el Espíritu Santo lo controle. 
Nos apartamos de Brengle cuando estaba en una depresión profunda, y no vamos a dejarle alli, y tampoco a ti. Él dijo:

La oración no traía alivio. en realidad me parecía que había perdido el espíritu de oración y el poder de orar. Entonces me acordé de dar gracias a Dios y alabarlo, aunque no sentía el espíritu de alabanza y acción de gracias. Todo sentimiento, excepto el de un abatimiento y depresión completos, había desaparecido. Así que di gracias a Dios por la prueba, y al hacerlo empezó a transformarse en una bendición. La luz empezó a brillar, primero poco a poco, y al fin penetró a través de las tinieblas. La depresión había desaparecido y la vida era hermosa y deseable otra vez, llena de influjos de la gracia otra vez. (Hall, Portrait of a Profhet, p. 214)

¡Esto es! Brengle dijo: "Me acordé". pablo escribe a Timoteo: "Te tengo en mi memoria." Mañana por la mañana recuerda que el amor de Dios no tiene sus raíces en nuestros sentimientos, ni en tus actividades y logros, ni aun en tu amor hacia Él. Su amor tiene las raíces en su propia fidelidad. El amor firme del Señor nunca cesa; su misericordias nunca tienen fin. Son nuevas cada mañana: "Grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dice mi alama; por eso espero en él" 


- Curación para los traumas emocionales, p. 145-146, David Seamands.

Permanecer en silencio frente a Dios

Dios nos habla en el silencio del corazón, en la quietud de nuestra alma. Dios quiere que lo escuchemos, continuamente nos invita a ello. En la Biblia, podemos constatar que varias veces nos ofrece dicha invitación: Escucha, pueblo mío; Escucha, hija; Oye, hijo mío... Dios quiere ser escuchado por su pueblo. Pero sólo si permanecemos en silencio lograríamos oír su voz; si conseguimos acallar los diversos ruidos que resuenan en nuestro interior.

Permanecer en silencio resulta muy difícil durante la depresión. Surgen con facilidad las voces de mentira, los pensamientos de condenación y desesperanza, las ideas de muerte, la duda, la preocupación, recuerdos traumáticos y muchas otras cosas más. Pareciera como si toda una orquesta desafinada estuviese tocando su peor obra. Nos altera, nos desgasta, nos perturba, nos desalienta; y lo que es peor de todo, nos roba la paz y nos impide entrar en comunión con Dios. 

Todas esas imágenes, ideas y sentimientos que afloran son como ruidos que no nos permiten escuchar a nuestro Creador. De todos ellos, el ruido que más azota a nuestros oídos es el del dolor. El dolor y los efectos que produjo en nuestra persona, ya sea en forma de mentiras, odio, dudas, miedos, entre otras. Inevitablemente todo nuestro ser -nuestra mente, corazón, cuerpo y alma- grita con desesperación. Le clamamos a Dios constantemente para que nos asista, nos sane. Y si no escuchamos respuesta alguna, recurrimos a cualquier cosa que pueda tapar todo ese griterío que hay en nuestro interior. Desde la música, la televisión, internet, hasta el alcohol o las drogas. Desesperadamente buscamos ´sedarnos´ con algo. Otras veces nos cobijamos en el sueño; así logramos ´apagar´ temporalmente todos esos ruidos. 

Frente a una depresión y al dolor que sentimos a veces durante esa enfermedad, ¿cómo, entonces, vamos a poder permanecer en silencio frente a Dios? ¿Cómo es posible que Dios busque hablarnos en el silencio de nuestro corazón si éste no puede parar de gritar por el dolor? ¿Cómo voy a poder lograr escuchar a Dios si todos estos pensamientos negativos estallan en mi mente? Viéndolo de esta manera parecería imposible. Sin embargo, si consideramos a la depresión como un proceso de purgación, el permanecer en silencio frente a Dios se volvería en un objetivo en sí mismo. 

Uno de los méritos que deberíamos darle a la depresión es que nos vuelve más honestos, si no con los demás, sí con nosotros mismos. Nos saca la careta y nos desnuda frente al espejo. Es en ese reflejo que vemos nuestras debilidades, nuestro lado vulnerable, nuestros verdaderos valores, nuestro pecado. Vemos esas partes de nuestro interior que permanecían ocultas, pero que ahora debemos hacerles frente. Y la mejor manera de hacerles frente es volcarlas bajo la luz de Dios para que las redima. Una y otra vez, hasta que ese lugar en nosotros haya sido cubierto por la presencia sanadora de Jesús. Y así con cada una de las partes oscuras que vayamos descubriendo. 

 Como vemos todos esos defectos nuestros a través de las lentes de la depresión nos sentimos abrumados y dolidos. La depresión los magnifica y los distorsiona más aún. Para contrarrestar dichos efectos, uno debería tratar de aferrarse a la Palabra, y si es posible, a la ayuda de un buen amigo creyente que sepa sacarlo de la confusión, la duda y la mentira en su debido momento. Durante la depresión uno se va enfrentando con la verdad y la mentira continuamente. Debemos discernir cuál es cuál; saber desechar la mentira y asumir la verdad con su correspondiente responsabilidad. 

Al ir vaciándonos poco a poco de todas las mentiras, pecados e ideas distorsionadas que vamos descubriendo, empezamos a darle más espacio a Dios en nosotros. Su presencia silenciosa y pacífica nos va llenando, por lo que vamos a poder escucharle poco a poco con mayor facilidad. Es más, un corazón en silencio es un corazón que ha sido limpiado, logrando reflejar así la imagen del Dios triuno que mora en él. Como dijo Jesús, ¨Bienaventurados los limpios de  corazón, porque ellos verán a Dios¨.


viernes, 31 de mayo de 2013

Te pido la Paz

       

                Te pido la paz 
          Para mi ciudad 
       Te pido perdon 
          Por mi ciudad 
       Ahora me humillo 
          Y busco Tu rostro   

¿A quién iré Señor si no a Ti?

miércoles, 29 de mayo de 2013

El Silencio de Dios durante la depresión

Experimentar el Silencio de Dios es de por sí difícil y doloroso. Más todavía cuando uno atraviesa una depresión. En esos momentos, en medio de tanta fragilidad y desolación, el sentir la lejanía de Dios se torna insoportable y casi imposible de sobrellevar. Caemos fácilmente en la desesperanza y desconsuelo. Los pensamientos negativos nos invaden como olas intempestuosas y la angustia se apodera de nosotros impidiéndonos pensar con claridad. Empezamos a caer en espiral hacia una oscuridad cada vez más abrumadora. Y cuanto más caemos, más quisiéramos poner fin a nuestras vidas. La idea de muerte se va intensificando al punto de convertirse en el objeto de nuestro principal anhelo. Por más que clamemos a Dios para que nos ayude a salir de ese tormento, no recibimos respuesta alguna. En consecuencia, nos desesperamos aún más, mientras que nuestra fe se va debilitando. No podemos entender por qué un Dios misericordioso permitiría que algo así nos pasara. ¿Por qué su ayuda no llega? ¿Por qué se mantiene en silencio frente a nuestro dolor?

Éstas y muchas otras preguntas se van adueñando de nuestros pensamientos, dejándonos en ocasiones extremadamente agotados. Caemos en la confusión y en la duda, en una profunda crisis de fe. A veces incluso nos dejamos llevar por el enojo. Sin reparos empezamos a cuestionar a Dios, su poder y misericordia ¿Será este Dios alguien bueno? ¿No será un sádico que se complace en vernos sufrir? ¿Acaso no tiene el poder suficiente para ayudarnos y sacarnos de esta situación?  Y cuanto más tiempo se prolongue nuestra depresión y Su silencio, más nos impacientamos. Nuestra ira se agudiza, con lo cual lo desplazamos a Dios de su rol y lo colocamos en el banquillo de los acusados. 

Sencillamente no tenemos la capacidad para tolerar el Silencio de Dios, especialmente en medio del dolor. Sin embargo, lo que sí está a nuestro alcance es la actitud que tomemos para afrontarlo. Cómo lidiemos con Dios mientras atravesamos nuestra enfermedad será la clave para evitar seguir cayendo en la desesperación y alejarnos cada vez más de Su presencia. Será parte de nuestra responsabilidad luchar contra los pensamientos y sentimientos negativos y condenatorios. Dios suplirá el resto, por que "aún en el silencio, Dios siempre actúa" (1). Dependerá de nosotros en permanecer obedientes ante Su misteriosa voluntad y permitir que siga obrando en nuestras vidas por más que, al igual que Job, no lo entendamos. 

Cuando atravesamos una depresión, suelen aflorar pensamientos o sentimientos de los cuales no eramos del todo concientes. Tal vez, incluso, recuerdos reprimidos que necesitan ser sanados.  En medio de la fragilidad y vulnerabilidad que sentimos, nos tornamos más susceptibles a todo cuanto nos rodea, especialmente a lo que nos pasa por dentro. Paradójicamente, es en medio de la oscuridad de la depresión donde surge una luz que ilumina nuestro interior mostrándonos ciertas cosas que permanecían escondidas, que nos eran ocultas. Es ahí cuando reconocemos ciertas facetas nuestras que hasta el momento tratábamos de acallar, esconder o disimular. Incluso, facetas que tratábamos de justificar. En otras palabras, la depresión nos desnuda el alma frente a Dios.

Todas esas voces, ideas, imágenes, recuerdos que van saltando como resortes desde nuestro interior hacia el exterior son cosas que Dios quiere mostrarnos. Sólo al sacarlas a relucir bajo Su luz, pueden ser sanadas, redimidas y/o perdonadas. Ahora ya la pregunta no pasa por el Silencio de Dios, sino por lo que tenemos adentro; con lo que vamos descubriendo, qué haremos al respecto ¿Nos justificaremos? ¿Nos amaparemos bajo so pretexto de que estamos enfermos? ¿trataremos de cambiarlo por nuestra cuenta? ¿le restaremos importancia? ¿O nos llevará a buscar más y más a Dios, su perdón y redención? 

Una de las cosas que el Silencio de Dios busca en nosotros es nuestro silencio, la quietud y calma en nuestro interior. Para lograrlo, primero Dios debe sacar todos esos ruidos que guardamos dentro. Ruidos que suelen exponenciarse y mostrar su verdadera naturaleza frente al sufrimiento o a Su silencio. Pueden ser ideas equivocadas, mentiras, miedo, preocupaciones, dolor, imágenes, recuerdos, traumas, enojo, dudas, y muchas otras cosas más. Por lo general, intentamos tapar todos esos ruidos con  otros ruidos, razón por la cual tendemos a desesperarnos aún más cuando sentimos que Dios no nos responde. Pero Dios sí responde, sólo que no de la manera que esperamos. Él responde a través de actos en medio de su silencio, porque sabe que sólo así puede brindarnos la posiblidad de redimirnos y sanarnos. Dios lo que quiere es ir sanando recuerdos dolorosos que fueron reprimidos, redimir ciertos aspectos de nuestro carácter e ideas que no van acorde a su Palabra, purificar sentimientos que nos conducen al pecado. Vaciarnos de todo ello para que finalmente reine la quietud en nuestro interior, de manera que pueda coexistir en nosotros el silencio de Su presencia.

A veces pareciera como si el ser humano estuviese lleno de equipos de sonido y video dentro suyo, todos a una prendidos. Viviendo en un estado así, ¿cómo podríamos pretender escuchar a Dios? ¿Acaso podríamos? Ni siquiera con un amplificador Dios lograría captar nuesta atención. Y sin embargo, cuando uno sufre de depresión, parece inevitable tener todos esos canales prendidos. Las voces, imágenes, ideas fluyen como ríos. Nos resulta imposible contener semejante inundación. Solos no podríamos, necesitamos aferrarnos a Dios y a Su palabra para lograrlo. Con el tiempo, bajo Su gracia podríamos poco a poco acallar todas esas voces que nos atormentan y tratan de poner en jaque nuestra relación con Dios. Por más que muchas veces nos sintamos sin fuerzas, sin poder levantarnos de la cama siquiera, sólo basta con un mínimo de voluntad para desear seguir buscando a Dios y obedecerle en Su palabra. Él suplirá el resto, se irá encargando de todo lo demás.

Si nos rendimos a la misteriosa voluntad de Dios, Él obrará a través de Su silencio para recrear en nosotros un silencio interior de manera que podremos percibir claramente Su voz. Podremos incluso ser llenados de Su presencia, presencia que trae quietud, calma y paz a nuestras vidas. "Es aquí cuando la búsqueda de ese silencio se convierte en virtud, porque la virtud no es mas que el trabajo esforzado en la adquisición de hábitos buenos, y el silencio es una de esas experiencias que nos ayudará a percibir con mayor nitidez la voz de Dios a cada momento" (1). Y es desde el silencio que nos moveremos hacia lo que esa voz nos indica, cumpliendo así con la voluntad del Padre para nuestras vidas.

Como una vez oró sabiamente Reinhold Niebuhr, "Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia; viviendo un día a la vez, disfrutando un momento a la vez; aceptando las adversidades como un camino hacia la paz"


(1) Dios no te ha olvidado, por David Wilkerson.

martes, 28 de mayo de 2013

El Silencio de Dios

Atravesar el Silencio de Dios puede llegar a ser muy arduo, tanto más si Su silencio se prolonga por largo tiempo. Inevitablemente caemos en la desesperación, en la sensación de abandono y rechazo, en la confusión. Constantemente nos preguntamos ¿por qué nos sucede esto?, ¿qué habremos hecho?, ¿acaso es un castigo? E incluso llegamos a pensar que tal vez habremos perdido la fe, hundiéndonos en la duda y la desesperanza. 

Muchos creyentes tarde o temprano experimentan este silencio en sus vidas. En tales casos pareciera como si uno estuviese perdido en medio del desierto, tratando de sobrevivir a la aridez y desolación del lugar. Las circunstancias se van tornando difíciles,  intensificando con ello los sentimientos de soledad y abandono. Tratamos de buscar a Dios en todos lados, a través de la oración, la Palabra, la alabanza. Pero aún así, sólo nos encontramos con un profundo silencio. Ni siquiera recibimos de Su parte consuelo alguno en los momentos de intenso sufrimiento. Dios  nos parece estar muy lejos, demasiado lejos. Y sentirlo así nos produce dolor, nos hiere en el alma.

Es en esta encrucijada donde nuestra fe y fidelidad a Dios se ponen a prueba ¿Continuaremos buscándolo a pesar de Su aparente ausencia? ¿Seguiremos orándole con fervor? ¿Lo alabaremos a pesar de sentirlo indiferente a nuestra situación? O, ¿le daremos la espalda a Dios y buscaremos consuelo y ayuda donde no debiéramos? ¿Seguiremos el ejemplo que demostraron el Rey David, Job o el Apóstol Pablo mientras atravesaban durísimas pruebas e intenso sufrimiento? ¿O seguiremos el ejemplo de Israel en el desierto cayendo en idolatría? 

No resulta para nada fácil atravesar el Silencio de Dios. Y la actitud que tomemos para afrontarlo dependerá enteramente de nosotros, de nuestra voluntad y deseo de seguir buscándolo o no a pesar de las adversidades. Dios conoce nuestras imperfecciones, y sabe muy bien cuán frágiles podemos llegar a ser, especialmente en los momentos de mucho sufrimiento. A pesar de que se mantenga aparentemente en silencio, Él siempre está ahí al lado nuestro asistiéndonos y proveyéndonos del maná para que sobrevivamos a la travesía que nos tocó hacer por ese desierto.

Cuando atravesemos momentos así, tratemos de recordar que Dios nunca abandonó al pueblo de Israel a las inclemencias del desierto. Siempre estuvo ahí junto a ellos alimentándolos en abundancia y guiándolos hacia la Tierra Prometida. Nunca permitió que pasaran hambre y sufrieran de sed. Dios nunca abandona a su pueblo; Él siempre permanece fiel. Confiemos, entonces, cuando Dios nos declara:

"Así como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré." Josué 1:5


domingo, 26 de mayo de 2013

Llorando con David

Salmos 6
Reina-Valera 1960 (RVR1960)

Oración pidiendo misericordia en tiempo de prueba 
Al músico principal; en Neginot, sobre Seminit. Salmo de David.

    Jehová, no me reprendas en tu enojo,
    Ni me castigues con tu ira.
Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo;
Sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen.
Mi alma también está muy turbada;
Y tú, Jehová, ¿hasta cuándo?
Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma;
Sálvame por tu misericordia.
Porque en la muerte no hay memoria de ti;
En el Seol, ¿quién te alabará?
Me he consumido a fuerza de gemir;
Todas las noches inundo de llanto mi lecho,
Riego mi cama con mis lágrimas.
Mis ojos están gastados de sufrir;
Se han envejecido a causa de todos mis angustiadores.
Apartaos de mí, todos los hacedores de iniquidad;
Porque Jehová ha oído la voz de mi lloro.
Jehová ha oído mi ruego;
Ha recibido Jehová mi oración.
10 Se avergonzarán y se turbarán mucho todos mis enemigos;
Se volverán y serán avergonzados de repente.

Abrazar la depresión

Abrazar la depresión no significa rendirse ante ella, sino dejar de luchar, de resistirse ante tal enfermedad rindiéndose uno ante Dios y su infinita misericordia. Dejar que nuestras vidas posen en sus manos, a su eterno cuidado. Reconciliarse con la depresión significa en ultima instancia materializar en nuestras vidas la oración que nos enseñó Jesús, "hágase Tu voluntad y no la nuestra". Sólo así podremos hacer las paces con nuestra enfermedad y sobrellevarla de una mejor manera. Y sólo así podremos aligerar nuestra carga al entregársela a Jesús.

Cuando atravesamos una depresión, tendemos a tirarnos muy abajo, a sentirnos rechazados y a desesperarnos, mientras buscamos hasta el agotamiento la sanación. Tendemos a recurrir a cualquier método con la intención de deshacernos de ella lo antes posible. Esto no significa que uno no debería hacer uso de las ayudas médicas, psiquiátricas y psicológicas que tanta ayuda nos pueden brindar. Pero luchar contra la depresión sólo nos lleva al desgaste, e incluso, tal vez, a  una continua  decepción. Y es así que terminamos aún más desesperados y desanimados cuando comprobamos que la sanación no llega. 

En cierta medida, esta lucha contra la enfermedad nos lleva a veces a lastimarnos. Cuando nos esforzamos demasiado, nos desgastamos. Cuando clamamos a Dios incesantemente, terminamos sintiéndonos como un disco roto y rayado. Cuando tratamos de seguir todos los pasos que nos indican en los libros de sanación, terminamos encasillando en una fórmula nuestra vida espiritual y la acción del Espíritu Santo. Y al final, en aquellos casos en los cuales la depresión no se cura, la desesperanza se vuelve aún más abrumadora, aplastándonos sin piedad y dejándonos inmovilizados. Lo único que conseguimos es intensificar nuestra ansiedad, miedos, preocupaciones, desesperanza, falta de confianza, frustración e impotencia. Quedamos atrapados en un círculo vicioso donde lo único que se repite sin falta es el conjunto de todos esos sentimientos y pensamientos negativos que hacen estragos a nuestro ser, golpeando severamente nuestra autoestima. Y lo que es más grave todavía, nuestra relación con Dios se va erosionando, sufriendo daños que nos llevan inevitablemente a alejarnos interiormente de Su presencia.

Al esforzarnos demasiado, estamos tomando el control de nuestras vidas y abordando la enfermedad a nuestra manera. En consecuencia, no le estamos dejando lugar a Dios para que obre en nosotros y a través de nosotros según Su voluntad. Por otro lado, rogarle a Dios incansablemente significa que estamos tratando de forzar Su voluntad y moldearla a nuestros deseos, viéndolo como si fuese nuestro servidor y no nuestro Dios único y Soberano. Y por último, cuando tratamos de seguir al pie de la letra todos los métodos y pasos recomendados en los libros de sanación, nos estamos olvidando que la vida y el ser humano son realidades muy complejas que no necesariamente responden a un esquema determinado. Cabe señalar que mientras cumplimos todas esas "reglas", si bien recurrimos a Dios -a través de la oración, Su Palabra, arrepentimiento, etc-, a veces podemos cometer el error de hacerlo como si fuese una pieza más del tratamiento. Como si Él fuese una máquina, y si tocamos los botones necesarios, ésta inevitablemente va a tener que responder como queramos, nos va a tener que dar lo que buscamos. Dios nunca trabaja así con sus criaturas. Recordemos cómo trató Dios con la depresión del Rey David o la de Elías. Siempre partió de una relación íntima y personal entre los dos.

Para entrar en una relación íntima con Dios y mantenerla mientras atravesamos una depresión, es importante dejar de dar vueltas sobre los mismos pensamientos que sólo nos llevan a hundirnos en la confusión. Seguir preguntándonos hasta el cansancio ¿por qué Dios lo permitió?, ¿por qué Dios no me sana?, ¿acaso no le importo?, ¿será Dios un Dios bueno?, ¿qué clase de Dios es éste que no responde a  mis ruegos y parece indiferente a mi dolor?, todas estas preguntas, si bien son válidas y Dios las honra y escucha, no nos conducen a nada. Lo único que se consigue es hacer tambalear nuestra fe y convertirnos en personas de doble ánimo, inconstantes en todos nuestros caminos (Santiago 1:8). Y sabemos que Dios no quiere esto para nosotros. Todo lo contrario, Él siempre espera que nos mantengamos firmes en la fe a pesar de la adversidad. Dios no nos abandonará jamás, sino que nos irá asistiendo a lo largo del camino. 

En la Biblia, Dios nos dice claramente: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos" (Isaías 55:8-9). En este pasaje, Dios nos está indicando que nunca vamos a poder conocer o entender sus "pensamientos" y "caminos"; es decir Su voluntad absoluta. En consecuencia, la única manera de salir de la confusión que nos provoca nuestra situación es  simplemente tratar de aceptarlo como podamos. Sólo con un corazón humilde, obediente y agradecido podremos lograrlo. Y en esto tenemos que ser conscientes de que estas cualidades se cultivan mediante una continua relación y comunión con el Dios triuno. Debemos pedírselas para que nos las conceda, y cuidarlas a lo largo de nuestras vidas. 

Como dijimos en un principio, aceptar la depresión significa rendirse ante Dios y Su voluntad, permitiéndonos vivir confiados de que nuestro presente y futuro está en Sus manos. Adoptar esta actitud nos ayuda a caminar sobre un suelo firme y seguro basado en Su plan divino de salvación para con su pueblo. Plan que ideó desde los inicios de la creación para liberarnos del pecado y la muerte a través de la encarnación, crucifixión y resurrección de su único Hijo Jesús.

Cristo cargó la cruz por nosotros. Ya cargó con todas nuestras dolencias y enfermedades. Ahora dependerá de nosotros si queremos dejar de aferrarnos a ellas y entregárselas confiados bajo sus pies. Él siempre estará dispuesto a cargar por nosotros nuestra depresión. A nosotros sólo nos toca esperar junto a Él, con paciencia, humildad y un corazón agradecido, el momento de nuestra sanación y liberación.

Confiemos, entonces, en Dios cuando nos declara en Su Palabra: "Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis." (Jeremías 29:11)

sábado, 25 de mayo de 2013

La importancia de Agradecer

"Dad gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para vosotros en Cristo Jesús.."
1tesalonicenses 5:18
 
El Apóstol Pablo vivió bajo persecusión constante, fue arrestado e incluso torturado varias veces durante su ministerio. Sin embargo, esto nunca le impidió mantener una actitud de agradecimiento y alabanza hacia Dios. Es más, el agradecerle a Dios continuamente y alabarlo era lo que más pareció ayudarlo cuando atravesaba momentos muy difíciles, especialmente cuando no sabía si iba a ser crucificado. 

No por nada Pablo exhorta a los creyentes a hacer lo mismo. Mantener un corazón agradecido nos ayuda a poner nuestra atención en las cualidades bondadosas de Dios, y apreciar lo que tenemos tanto en lo mucho como en lo poco. Aunque no entendamos todo lo que ocurre a nuestro alrededor y nuestro mundo interior, saber agradecer nos ayuda a recordar el lado bueno de la vida, y más importante aún, la misericordia y fidelidad eterna del Señor. Implica necesariamente traer a la memoria aquellos hechos concretos y puntuales en los cuales reconocemos la bondad de Dios y su constante provisión.

Muchas veces nos resulta fácil caer en la trampa de mirar lo que no tenemos y quejarnos por eso. O de prestar demasiada atención a nuestro dolor y miseria, perdiendo así el foco de las cosas. Cuando nuestra mente está llena de pensamientos negativos, surge la queja. Y si persistimos en esta actitud, le vamos cerrando la puerta a la gracia de Dios. Ésto nos lleva inevitablemente a la rebelión, al pecado y a la ruina. La queja sólo nos aleja de Dios, nubla nuestro entendimiento y nos amarga el alma. Y preocuparnos siempre por lo que no tenemos nos lleva a no valorar y cuidar lo que sí poseemos. Como nos indica Pablo, caminar por esta pendiente sólo nos conducirá a la desgracia. "A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón" (Rm 1:21)

Nada de lo que tengamos o seamos es por nuestro esfuerzo, sino porque Dios nos lo dio en abundante gracia. A pesar de que no entendamos las circunstancias que estemos atravesando, o por qué Dios permite esto y aquéllo, debemos tratar de ser conscientes de que Él es Dios y nosotros no. Nosotros no somos quiénes para juzgarlo. No obstante, Dios, en su infinita paciencia y misericordia, permite  y respeta nuestras dudas, quejas o cualquier crítica que tengamos hacia Él; tal como lo hizo con su siervo amado Job. Si confiamos en Dios y somos honestos con lo que nos pasa y sentimos, Él nos irá respondiendo y seguirá bendiciendo.


Así como Pablo mantenía una actitud de agradecimiento hacia Dios a pesar de las dificultades, el Rey David también lo hacía. David, consciente del carácter omnisciente de Dios, siempre mantenía el corazón abierto hacia Él y nunca le escondía nada. "Dios, tú conoces mi insensatez, y mis pecados no te son ocultos" (Sal 69:5). Y si bien varias veces volcaba sus dudas y quejas hacia Dios, siempre lo hacía dentro de un espíritu de oración y agradecimiento, con un corazón humilde buscando sin cesar Su guía y protección. 

Además, cabe destacar que en los Salmos escritos por David generalmente se manifiesta un cambio de ánimo que va del lamento y/o queja hacia la alabanza y agradecimiento. Esto claramente nos demuestra que David se negaba a permanecer en la angustia, la duda y la desesperanza. A pesar de  haber estado atravesando momentos de intenso sufrimiento, él siempre buscó aferrarse a las buenas cualidades del Señor, eligiendo creer en la esperanza y afianzarse en la fe. De esta manera, David  experimentaba y comprobaba vez tras vez la eterna misericordia y fidelidad de Dios para los que le aman; razón por la cual nos alienta a hacer lo mismo.
 
Entrad por sus puertas con acción de gracias, y a sus atrios con alabanza dadle gracias, bendecid su nombre. Porque el Señor es bueno; para siempre es su misericordia, y su fidelidad por todas las generaciones” (Sal 100:4-5).

Expresar agradecimiento nos ayuda a recordar que Dios está en control, y a confiar en que nuestras vidas están en sus manos. Nos aleja de los temores, preocupaciones y ansiedades al traernos a consciencia lo que realmente importa, que nosotros pertenecemos a Dios y hemos sido bendecidos a través del sacrificio y resurrección de su hijo Jesucristo. Como bien nos aconseja el Apóstol Pablo:

"Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús"  - Filipenses 4:6-7

 

viernes, 24 de mayo de 2013

You´re everywhere, Third Day


     "Como la lluvia que cae sobre la tierra
     regando la semilla para que crezca
     Así es con Tu preciosa palabra, o Señor,
     No va a volver sin que yo sepa que

     Estás en todas partes
     Como la lluvia que cae
     Estás en todas partes
     Como el viento que sopla
     Estás en todas partes
     Como el sol sobre mi rostro
     Siento la calidez de tu abrazo
     Éstas en todas partes


Mi Señor, ahora verdaderamente sé
que nunca podría alejarme de Tu presencia
Mi Dios, estás en todas partes,
Desde las profundidades hasta los cielos
Vos siempre estás ahí."

miércoles, 22 de mayo de 2013

Consejos Prácticos

Algunos consejos prácticos para lidear con la depresión son:

  • Leer la Biblia
Los cristianos basan su vida en la Verdad y no en las emociones. Hay que elegir confiar en la Verdad de Dios en vez de las emociones, ya que éstas pueden llegar a ser inestables especialmente si uno está sufriendo de depresión. Filipenses 4:1 nos ordena a estar firmes en el Señor, o sea en Su Palabra. Asimismo, el Apóstol San Pablo nos alienta a no conformarnos con los pensamientos y parámetros del mundo, sino a constantemente transformarnos por medio de la renovación de nuestro entendimiento (Rm 12:2). Nuestra mente debe ser moldeada por la Palabra de Dios. Con la guía de Jesús y la asistencia del Espíritu Santo, podremos entenderla e incorporarla a nuestras vidas.

  • Alabanzas
Alabar significa elogiar, celebrar, afirmar las cualidades positivas de algo o alguien. Es una manera de demostrar nuestro amor hacia Dios, de recordar sus bondades, de celebrar la salvación que nos brindó a través del sacrificio de su hijo Jesús.
Resulta muy útil recurrir en estos casos a los Salmos. Su característica universal hace que cualquier creyente de cualquier denominación, cultura y/o edad pueda identificarse con ellos. El rey David muchas veces volcó allí su profundo dolor, angustia e incluso desesperanza y crisis de fe.
Hay que entender que una alabanza no requiere del creyente una determinada postura y emoción. En casos de depresión, es muy difícil alabar a Dios. Pero lo importante aquí es la voluntad, por más que el sentimiento o pensamiento no lo acompañe en su momento. Alabar puede incluir también un clamor, un grito de angustia hacia Dios. Dios honra dichas alabanzas, como lo hizo con las del rey David, porque reconoce en ellas la honestidad de quien clama. De hecho, ya con clamar a Dios desde la duda, angustia, crisis de fe, uno ya reconoce la soberanía de Dios; lo acepta como su único salvador.

  • Escuchar música de alabanza
Esto resulta muy beneficioso para la persona que sufre de depresión, especialmente en aquellos momentos cuando se hunde en el pesimismo, la desconfianza y/o enojo hacia Dios. Sirve como un salvavidas que ayuda a apaciguar tales sentimientos e ideas, llevándolo nuevamente a recordar y aferrarse a las bondades y promesas del Señor.

  • Escribir

Volcar las ideas y sentimientos que nos aquejan a través de la escritura sirve para entender mejor la situación que uno atraviesa. A veces dar vueltas y vueltas sobre la misma idea, recuerdo o sentimiento no nos ayuda a entenderlo, procesarlo y aceptarlo. Pero cuando lo escribimos en papel, podemos darnos cuenta de cosas que nos andaban pasando. También evita que todo eso se instale en nosotros, especialmente con respecto a los pensamientos y sentimientos negativos.


No hace falta que uno lo escriba como si fuese una novela o ensayo. Pueden ser simples frases, una palabra, un pequeño párrafo. Lo importante aquí es expresarlo, sacarlo de nosotros y plasmarlo en algo material. Si son hojas lisas mejor, ya que nos dan más libertad para expresarnos, e incluso dibujar. Tener un diario íntimo sirve más todavía, ya que uno puede hacer un seguimiento de sus diferentes estados de ánimo e identificar aquellos pensamientos y sentimientos negativos que se van repitiendo con el fin de ir reemplazándolos con la Verdad de Dios.

  • Orar
Uno de los significados de la palabra ´orar´ es rogar, suplicar, pedir. Es una comunicación con Dios, una conversación que entablamos con Él. Por lo tanto, no necesariamente la oración tiene que ser algo formal, como si alguien estuviese haciendo un discurso. Dios honra más que nada las oraciones honestas y abiertas, especialmente las de un corazón contrito. Como dice el Salmista: "Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios." (Sal 51:17).
Las oraciones pueden ser tanto verbales o escritas. En los casos en que uno se siente sin fuerzas, o hundido en la desesperanza o desesperación, resulta de una gran ayuda escribir la oración. A veces nos podemos sentir tan abrumados por sentimientos y pensamientos negativos, que nos resulta imposible vocalizar siquiera una petición a Dios. En esos momentos, recurra a su diario y vaya escribiendo su oración dedicada a Dios. 
Pedir oraciones también es importante, porque a través de la intercesión de otros, uno puede recibir ayuda tanto en cosas pequeñas como grandes. También el recibir oraciones implica recibir consuelo y el apoyo indispensable de otros creyentes. 
Sigámos el consejo del Apóstol Pablo, "Orad sin cesar" (1Ts 5:17)

  • Confesar
Si bien confesar dentro del lenguaje religioso significa declarar los pecados cometidos, tanto si es dirigido a otros creyentes como a Dios mismo; también significa manifestar la verdad sobre hechos, ideas o sentimientos que antes estaban ocultos.
Compartir con otros lo que nos pasa mientras atravesamos una depresión nos ayuda a descargar nuestras penas o pensamientos. Permite que otros nos ayuden a sobrellevar la pesada carga de la depresión, y con ello, se nos hace más ligera. 
Es importante saber con quién podemos contar; discernir quién podría escucharnos. No todas las personas están capacitadas o predispuestas a escuchar nuestras penas. Muchos ya llevan sus propias cargas, por lo cual les puede resultar difícil prestar un oído a otros. En caso de no tener a nadie a quien recurrir, uno puede orar a Dios para que le provea de alguien piadoso y compasivo dispuesto a caminar a su lado. "Y Dios proveerá a todas vuestras necesidades, conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús" (Flp 4:19). 

  • Consejo Pastoral y/o Psicológico
Si uno ya forma parte de una iglesia, puede recurrir a la ayuda, consejo y guía de su Pastor o de alguno de los líderes con quien se sienta más confiado. Contar con alguien cimentado en las Escrituras y con experiencia pastoral puede ser de una ayuda muy valiosa. Él o ella puede acompañarlo en esta etapa como su guía espiritual. 
También, uno debería recurrir a la asistencia psicológica de un profesional en el área. Si tiene experiencia con pacientes que sufren de depresión tanto mejor. Es importante averiguar primero sus referencias; a veces es mejor recurrir a aquéllos que son aconsejados por terceros. Hay muchos psicólogos cristianos hoy en día, por lo que esto ayudaría aún más a tratar la depresión.