miércoles, 3 de julio de 2013

Poner el foco en Jesús

Generalmente, una de las primeras cosas que se nos viene a la mente cuando pensamos en Jesús es su continuo deseo de sanar a las personas. Incluso Él mismo lo afirma al responderle a las personas que buscaban sanación. En el libro de Mateo, nos cuenta el autor que un leproso se postró ante el Señor y le dijo: "Señor, si quieres, puedes limpiarme". Jesús, en el momento de sanarlo, le respondió que sí, que quería hacerlo (Mateo 8:2-3). En ninguna parte de las Escrituras se lee que Jesús le haya negado a alguien la sanación. El Señor llegó incluso a resucitar a la hija de Jairo y a Lázaro, mostrando así no sólo su gran poder, sino también su misericordia y amor.

Sin embargo, a lo largo de la historia, hubo numerosas personas que le pidieron a Dios por sanación pero nunca la recibieron. El Apóstol Pablo es un claro ejemplo de ello. Cuando le rogó al Señor que le quitara el aguijón de la carne, Dios le respondió: "bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad" (2 Corintios 12:9). Si bien, a diferencia de Pablo, no todos recibimos respuestas tan claras sobre el por qué de nuestra condición; tal vez, el silencio de Dios es en sí una respuesta.  De todas maneras, no podemos dejar de seguir preguntando, ¿por qué no recibimos sanación cuando se lo pedimos a Dios en el nombre de su Hijo Jesucristo? Pueden ser varias las razones, pero sólo Dios lo sabe a ciencia cierta. Nosotros no podemos más que tratar de aceptarlo, y orar como nos enseña la oración del Padre nuestro: "Hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo". 

Mientras atravesamos una depresión y no obtenemos respuesta alguna al respecto, es importante no dejar de poner el foco en Jesús. Aferrarse a Su cruz, allí donde murió por todos nosotros cargando consigo nuestro pecado, dolor y enfermedades. Sólo en ese lugar evitaríamos dejarnos arrastrar por la enfermedad hacia lugares demasiado oscuros. En el caso de que esto en su momento parezca imposible, sepamos que siempre podemos volver a ese lugar, a la cruz, nuestro refugio, nuestra salvación. Tal vez, no podamos hacerlo en el mismo día. Tal vez, debamos esperar varios días o semanas para recuperar fuerzas y poder, así, decidir volver a encontrarnos con Jesús. Él siempre va a estar ahí, esperándonos; siempre dispuesto para acompañarnos y guiarnos en medio de nuestra enfermedad. Paso a paso, día a día, hasta que al fin podamos salir por completo hacia la luz. 

Porque Jesús resucitó, venciendo así a la muerte, nosotros podemos abrigar la esperanza de nuestra redención en esta vida que terminará por completarse en la venidera. Con su resurrección, Dios nos demostró que Él es el señor de la vida y la muerte. Y sólo alguien con un poder así podría restaurar nuestra salud. Seguir a Jesús es andar por el camino que conduce a la verdad y la vida. Si tratamos de transitarlo como podamos, poco a poco nos iremos alejando de los efectos de muerte  y desesperanza que produce en nosotros dicha enfermedad.

La depresión es como permanecer en una constante encrucijada. Por un lado está el camino que nos conduce hacia la mentira y una oscuridad cada vez más intensa, camino que en muchos casos, termina en la muerte. Y por el otro, está el camino que nos lleva hacia la luz, la verdad y la vida en Jesús. Por más que nos cueste, debemos tratar siempre de tomar la decisión correcta y retornar al camino de la vida. A pesar de que nos caigamos, retrocedamos, nos quedemos paralizados, es importante permanecer en el camino de la verdad, el único que nos conducirá a la presencia de Dios. Y si sentimos que estamos tocando fondo cuando la depresión nos golpea fuerte, entonces aferrémonos a la cruz. En la cruz está nuestra salvación, nuestro socorro. Es nuestro sólido asidero que impedirá nuestra perdición.

En los momentos de mayor oscuridad, recordémos entonces lo que Jesús le respondió al leproso en busca de sanación: "Sí quiero, se limpio (sé sano)".

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