domingo, 7 de julio de 2013

La soledad en la depresión

Varias son las razones por las cuales tendemos a aislarnos durante la depresión. Al sentirnos vulnerables, sentimos la necesidad de protegernos. Somos conscientes de que no estamos bien, de que algo nos está sucediendo. Tal vez, al principio no lo entendemos, nos sentimos confundidos, pero el dolor constante y latente nos vuelve frágiles. Poco a poco nos vamos replegando, escondiendo, tratando de buscar cobijo en la soledad, lugar en el cual nos sentimos más seguros, a resguardo. Es nuestra manera de protegernos contra el mundo y lo que nos está pasando. 

Las salidas con amigos empiezan a ser cada vez menos frecuentes. Aparte de no poseer las energías suficientes para sobrellevar tales actividades, por más mínimas que sean, sentimos miedo de terminar expuestos, evitando ser un foco de atención a raíz de nuestra enfermedad. Ya sea por vergüenza o miedo al rechazo, preferimos no compartir con los demás. lo que nos sucede. Tampoco queremos ser una carga para nadie; suficiente peso llevamos sobre nuestros hombros. Sentimos que la depresión es un gran peso de por sí para nosotros mismos, por lo que preferimos evitarles a los demás semejante molestia. Dependiendo de cómo nos sintamos en el día, rechazamos invitaciones o dejamos de participar de alguna actividad. Hay ocasiones en las cuales, incluso, somos incapaces de contestar un e-mail o un llamado telefónico. Simplemente no nos sentimos bien, estamos agotados, y no queremos arruinarle el momento a nadie con nuestro malhumor, pesimismo, o dolencia.

Nuestro círculo social se va achicando gradual o precipitadamente, dependiendo del caso de cada uno. La sociedad todavía no está bien informada sobre esta enfermedad y sus consecuencias. Por lo que a veces, los amigos o los familiares no entienden, o no se sienten capacitados para acompañarlo a uno durante la depresión, o están demasiado ocupados. Cualquiera sean las razones en los diferentes contextos, mientras sufrimos de una depresión, nos vamos sintiendo más solos e incomprendidos. Hasta podemos llegar a quedarnos completamente solos y abandonados, situación que suele agravarse con el sentimiento e idea errónea de que Dios permanece distante e indiferente a nuestro dolor.

Lo que podemos hacer en momentos así es aferrarnos a Jesús y clamar por su misericordia. Debemos recordar que Él es nuestro buen pastor, quien puso su vida por sus ovejas (San Juan 10:14-15), y es capaz de ir a buscarnos a lo más profundo del abismo para rescatarnos y llevarnos a la luz. Jesús mismo, la segunda persona del Dios triuno, nos considera y llama sus amigos. Él es nuestro amigo fiel, quien nos comprende en lo más íntimo de nuestro ser. Jesús conoce nuestra situación, y no nos abandonará jamás, ofreciéndonos constantemente su propia compañía. 

El amor de Dios no puede encasillarse, no sigue ningún método o estereotipo, sino que atraviesa todo obstáculo e interviene en toda situación con el fin de llegar hacia nosotros. Lo hace de maneras incomprensibles para nuestro pequeño entendimiento. Por ello, podemos orar confiados pidiéndole al Padre, en nombre de su Hijo Jesucristo con la asistencia del Espíritu Santo, que nos guíe a alguien que pueda acompañarnos en este trayecto y esté dispuesto a escucharnos. Alguien que pueda ser el recipiente sagrado de todo lo que llevamos dentro, nuestro dolor, dudas y desesperanzas; capaz de recibirlo con amor, respeto y compasión, y de interceder por nosotros en oración. Dios, a su tiempo, responderá a nuestra necesidad. "Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, le oyó" (Salmos 22:24).








1 comentario: