martes, 28 de mayo de 2013

El Silencio de Dios

Atravesar el Silencio de Dios puede llegar a ser muy arduo, tanto más si Su silencio se prolonga por largo tiempo. Inevitablemente caemos en la desesperación, en la sensación de abandono y rechazo, en la confusión. Constantemente nos preguntamos ¿por qué nos sucede esto?, ¿qué habremos hecho?, ¿acaso es un castigo? E incluso llegamos a pensar que tal vez habremos perdido la fe, hundiéndonos en la duda y la desesperanza. 

Muchos creyentes tarde o temprano experimentan este silencio en sus vidas. En tales casos pareciera como si uno estuviese perdido en medio del desierto, tratando de sobrevivir a la aridez y desolación del lugar. Las circunstancias se van tornando difíciles,  intensificando con ello los sentimientos de soledad y abandono. Tratamos de buscar a Dios en todos lados, a través de la oración, la Palabra, la alabanza. Pero aún así, sólo nos encontramos con un profundo silencio. Ni siquiera recibimos de Su parte consuelo alguno en los momentos de intenso sufrimiento. Dios  nos parece estar muy lejos, demasiado lejos. Y sentirlo así nos produce dolor, nos hiere en el alma.

Es en esta encrucijada donde nuestra fe y fidelidad a Dios se ponen a prueba ¿Continuaremos buscándolo a pesar de Su aparente ausencia? ¿Seguiremos orándole con fervor? ¿Lo alabaremos a pesar de sentirlo indiferente a nuestra situación? O, ¿le daremos la espalda a Dios y buscaremos consuelo y ayuda donde no debiéramos? ¿Seguiremos el ejemplo que demostraron el Rey David, Job o el Apóstol Pablo mientras atravesaban durísimas pruebas e intenso sufrimiento? ¿O seguiremos el ejemplo de Israel en el desierto cayendo en idolatría? 

No resulta para nada fácil atravesar el Silencio de Dios. Y la actitud que tomemos para afrontarlo dependerá enteramente de nosotros, de nuestra voluntad y deseo de seguir buscándolo o no a pesar de las adversidades. Dios conoce nuestras imperfecciones, y sabe muy bien cuán frágiles podemos llegar a ser, especialmente en los momentos de mucho sufrimiento. A pesar de que se mantenga aparentemente en silencio, Él siempre está ahí al lado nuestro asistiéndonos y proveyéndonos del maná para que sobrevivamos a la travesía que nos tocó hacer por ese desierto.

Cuando atravesemos momentos así, tratemos de recordar que Dios nunca abandonó al pueblo de Israel a las inclemencias del desierto. Siempre estuvo ahí junto a ellos alimentándolos en abundancia y guiándolos hacia la Tierra Prometida. Nunca permitió que pasaran hambre y sufrieran de sed. Dios nunca abandona a su pueblo; Él siempre permanece fiel. Confiemos, entonces, cuando Dios nos declara:

"Así como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré." Josué 1:5


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