miércoles, 29 de mayo de 2013

El Silencio de Dios durante la depresión

Experimentar el Silencio de Dios es de por sí difícil y doloroso. Más todavía cuando uno atraviesa una depresión. En esos momentos, en medio de tanta fragilidad y desolación, el sentir la lejanía de Dios se torna insoportable y casi imposible de sobrellevar. Caemos fácilmente en la desesperanza y desconsuelo. Los pensamientos negativos nos invaden como olas intempestuosas y la angustia se apodera de nosotros impidiéndonos pensar con claridad. Empezamos a caer en espiral hacia una oscuridad cada vez más abrumadora. Y cuanto más caemos, más quisiéramos poner fin a nuestras vidas. La idea de muerte se va intensificando al punto de convertirse en el objeto de nuestro principal anhelo. Por más que clamemos a Dios para que nos ayude a salir de ese tormento, no recibimos respuesta alguna. En consecuencia, nos desesperamos aún más, mientras que nuestra fe se va debilitando. No podemos entender por qué un Dios misericordioso permitiría que algo así nos pasara. ¿Por qué su ayuda no llega? ¿Por qué se mantiene en silencio frente a nuestro dolor?

Éstas y muchas otras preguntas se van adueñando de nuestros pensamientos, dejándonos en ocasiones extremadamente agotados. Caemos en la confusión y en la duda, en una profunda crisis de fe. A veces incluso nos dejamos llevar por el enojo. Sin reparos empezamos a cuestionar a Dios, su poder y misericordia ¿Será este Dios alguien bueno? ¿No será un sádico que se complace en vernos sufrir? ¿Acaso no tiene el poder suficiente para ayudarnos y sacarnos de esta situación?  Y cuanto más tiempo se prolongue nuestra depresión y Su silencio, más nos impacientamos. Nuestra ira se agudiza, con lo cual lo desplazamos a Dios de su rol y lo colocamos en el banquillo de los acusados. 

Sencillamente no tenemos la capacidad para tolerar el Silencio de Dios, especialmente en medio del dolor. Sin embargo, lo que sí está a nuestro alcance es la actitud que tomemos para afrontarlo. Cómo lidiemos con Dios mientras atravesamos nuestra enfermedad será la clave para evitar seguir cayendo en la desesperación y alejarnos cada vez más de Su presencia. Será parte de nuestra responsabilidad luchar contra los pensamientos y sentimientos negativos y condenatorios. Dios suplirá el resto, por que "aún en el silencio, Dios siempre actúa" (1). Dependerá de nosotros en permanecer obedientes ante Su misteriosa voluntad y permitir que siga obrando en nuestras vidas por más que, al igual que Job, no lo entendamos. 

Cuando atravesamos una depresión, suelen aflorar pensamientos o sentimientos de los cuales no eramos del todo concientes. Tal vez, incluso, recuerdos reprimidos que necesitan ser sanados.  En medio de la fragilidad y vulnerabilidad que sentimos, nos tornamos más susceptibles a todo cuanto nos rodea, especialmente a lo que nos pasa por dentro. Paradójicamente, es en medio de la oscuridad de la depresión donde surge una luz que ilumina nuestro interior mostrándonos ciertas cosas que permanecían escondidas, que nos eran ocultas. Es ahí cuando reconocemos ciertas facetas nuestras que hasta el momento tratábamos de acallar, esconder o disimular. Incluso, facetas que tratábamos de justificar. En otras palabras, la depresión nos desnuda el alma frente a Dios.

Todas esas voces, ideas, imágenes, recuerdos que van saltando como resortes desde nuestro interior hacia el exterior son cosas que Dios quiere mostrarnos. Sólo al sacarlas a relucir bajo Su luz, pueden ser sanadas, redimidas y/o perdonadas. Ahora ya la pregunta no pasa por el Silencio de Dios, sino por lo que tenemos adentro; con lo que vamos descubriendo, qué haremos al respecto ¿Nos justificaremos? ¿Nos amaparemos bajo so pretexto de que estamos enfermos? ¿trataremos de cambiarlo por nuestra cuenta? ¿le restaremos importancia? ¿O nos llevará a buscar más y más a Dios, su perdón y redención? 

Una de las cosas que el Silencio de Dios busca en nosotros es nuestro silencio, la quietud y calma en nuestro interior. Para lograrlo, primero Dios debe sacar todos esos ruidos que guardamos dentro. Ruidos que suelen exponenciarse y mostrar su verdadera naturaleza frente al sufrimiento o a Su silencio. Pueden ser ideas equivocadas, mentiras, miedo, preocupaciones, dolor, imágenes, recuerdos, traumas, enojo, dudas, y muchas otras cosas más. Por lo general, intentamos tapar todos esos ruidos con  otros ruidos, razón por la cual tendemos a desesperarnos aún más cuando sentimos que Dios no nos responde. Pero Dios sí responde, sólo que no de la manera que esperamos. Él responde a través de actos en medio de su silencio, porque sabe que sólo así puede brindarnos la posiblidad de redimirnos y sanarnos. Dios lo que quiere es ir sanando recuerdos dolorosos que fueron reprimidos, redimir ciertos aspectos de nuestro carácter e ideas que no van acorde a su Palabra, purificar sentimientos que nos conducen al pecado. Vaciarnos de todo ello para que finalmente reine la quietud en nuestro interior, de manera que pueda coexistir en nosotros el silencio de Su presencia.

A veces pareciera como si el ser humano estuviese lleno de equipos de sonido y video dentro suyo, todos a una prendidos. Viviendo en un estado así, ¿cómo podríamos pretender escuchar a Dios? ¿Acaso podríamos? Ni siquiera con un amplificador Dios lograría captar nuesta atención. Y sin embargo, cuando uno sufre de depresión, parece inevitable tener todos esos canales prendidos. Las voces, imágenes, ideas fluyen como ríos. Nos resulta imposible contener semejante inundación. Solos no podríamos, necesitamos aferrarnos a Dios y a Su palabra para lograrlo. Con el tiempo, bajo Su gracia podríamos poco a poco acallar todas esas voces que nos atormentan y tratan de poner en jaque nuestra relación con Dios. Por más que muchas veces nos sintamos sin fuerzas, sin poder levantarnos de la cama siquiera, sólo basta con un mínimo de voluntad para desear seguir buscando a Dios y obedecerle en Su palabra. Él suplirá el resto, se irá encargando de todo lo demás.

Si nos rendimos a la misteriosa voluntad de Dios, Él obrará a través de Su silencio para recrear en nosotros un silencio interior de manera que podremos percibir claramente Su voz. Podremos incluso ser llenados de Su presencia, presencia que trae quietud, calma y paz a nuestras vidas. "Es aquí cuando la búsqueda de ese silencio se convierte en virtud, porque la virtud no es mas que el trabajo esforzado en la adquisición de hábitos buenos, y el silencio es una de esas experiencias que nos ayudará a percibir con mayor nitidez la voz de Dios a cada momento" (1). Y es desde el silencio que nos moveremos hacia lo que esa voz nos indica, cumpliendo así con la voluntad del Padre para nuestras vidas.

Como una vez oró sabiamente Reinhold Niebuhr, "Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia; viviendo un día a la vez, disfrutando un momento a la vez; aceptando las adversidades como un camino hacia la paz"


(1) Dios no te ha olvidado, por David Wilkerson.

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