domingo, 14 de julio de 2013

La indiferencia al dolor ajeno, según Elie Wiesel


Detrás mío, escuché al mismo hombre preguntarse: "¿Dónde está Dios?" 
Y oí una voz que contestaba dentro de mí: 
"¿Que dónde está? Ahí está, colgando de esa horca."
Esa noche, la sopa sabía a cadáveres. 

         Elie Wiesel, La Noche.

Elie Wiesel (Premio Nobel de la Paz) fue internado, junto a su familia, en el campo de concentración de Auschwitz, cuando tan solo tenía 15 años de edad. En su obra La Noche, Wiesel nos cuenta cómo  tuvo que presenciar la mayor oscuridad, perversión y maldad a la que un ser humano puede llegar, destrozando así su mirada infantil y aniquilando para siempre su inocencia. 

"Nunca olvidaré el silencio nocturno que me privó, por toda la eternidad, del deseo de vivir.
Nunca olvidaré aquellos momentos que asesinaron mi Dios y mi alma, convirtiendo en polvo mis sueños."

¿Dónde estuvo Dios en Auschwitz? ¿Dónde estuvo Dios en la desesperante agonía de un chico de 15 años que perdió a su madre y hermana la misma noche en que arribó al campo de concentración? Un chico que vió con impotencia cómo su padre moría día a día. ¿Dónde estuvo Dios en medio de tanta maldad y sufrimiento?

Para Elie Wiesel, el Dios de su infancia había muerto.  Luego del horror vivido, tuvo que replantearse todo lo que había aprendido sobre Dios antes del Holocausto. Si bien, Wiesel trató de aferrarse lo más que pudo a su fe, tanta maldad y sufrimiento lo rebalsaron hasta quebrarlo moralmente por completo. Nunca dejó de dudar de la existencia de Dios, pero le fue inevitable cuestionarse una y otra vez sobre Su misericordia y amor eterno. Su  fe había quedado profundamente lastimada, y su relación con Dios, deshecha. Elie Wiesel tardó diez años en poder articular con palabras lo que había sufrido y visto en ese campo de concentración. En sus obras se evidencia su búsqueda por la verdad y un diálogo honesto con el Creador, partiendo desde la duda, el dolor, el lamento y la queja. Wiesel deja atrás al Dios acartonado y predecible, al que tomaba por sentado durante sus tiernos años de infancia, para dar lugar al misterio insondable de Dios, ese aspecto sobre el cual nunca podremos obtener respuesta alguna, pero no por ello nos impide seguir preguntando.

En ese lugar de tanta maldad manifestada en su máxima expresión, el pequeño Elie Wiesel no sólo sufrió el silencio de Dios sino también el del hombre, el de la sociedad en su conjunto. Y ésta es una de las razones por las cuales Wiesel luchó y sigue luchando por los más débiles, los oprimidos, los que sufren. Cuando viajó a Cambodia, los periodistas le preguntaron por qué estaba ahí ya que lo que había sucedido no se trataba de una tragedia judía. Wiesel simplemente respondió que cuando él necesitó que la gente viniera en su ayuda, no lo hicieron; por esa razón estaba allí.

Por haber sufrido la indiferencia en carne propia, Elie Wiesel escribe mucho al respecto para generar un ´despertar moral´ en la persona de manera que lo impulse a la acción. En una entrevista con Oprah, Wiesel describe al odio como la maldad en sí, pero sostiene que la indiferencia es lo que permite que la maldad crezca, la que le da su poder. Según sus propias palabras: "La indiferencia no es el comienzo; es el final. Y por lo tanto, indiferencia es siempre el amigo del enemigo porque se beneficia del agresor, nunca de su víctima, cuyo dolor es magnificado cuando él o ella se sienten olvidados. El prisionero político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar, se sienten abandonados, no por la respuesta a su súplica, no por el alivio de su soledad sino porque no ofrecerles una chispa de esperanza es como exiliarlos de la memoria humana. Y al negarles su humanidad, traicionamos nuestra propia humanidad."

En la Biblia, Jesucristo nos enseña a través de la parábola del buen samaritano a no ser indiferentes al dolor ajeno.  De hecho, cuando estamos tendiéndole una mano a alguien o acompañándolo en su dolor, también le estamos haciendo un bien a Jesús. "Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí"; "en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis."(Mateo 25) Jesús, durante todo su ministerio, siempre estuvo respondiendo al sufrimiento ajeno. Constantemente sintió compasión por la gente y actuó en consecuencia. Fue tal su empatía hacia el ser humano que permitió ser colgado de una cruz para salvarlo. 

No es nuestra indiferencia lo que mata a la persona, pero sí puede conducir a muchos a la muerte. Al haber vivido tanto horror a una edad temprana, que Elie Wiesel haya sobrevivido es, aunque él mismo lo niegue, un milagro. Su profunda necesidad de no ser indiferente a la desgracia ajena parece haber convertido su vida y obra en un canto a la vida, por la vida y para la vida.

Durante la depresión, abunda el dolor y la idea de muerte. Sin embargo, Dios mandó a Su hijo para darnos la vida. Puede que en algún momento hayamos sido abandonados por las personas, por algún ser querido; pero Dios nunca lo va  a hacer. Él nunca puede mostrarse indiferente a nuestro dolor; su esencia no se lo permite ya que Dios es la absoluta y eterna misericordia. Dios mismo nos acompaña cuando atravesamos el valle de la muerte, cargando consigo nuestro dolor y sintiéndolo en lo más profundo de su ser. Es por ello que el Rey David ora con total convicción:

"Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
Tu vara y tu cayado me infundirán aliento."

- Salmos 23:4


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