domingo, 26 de mayo de 2013

Abrazar la depresión

Abrazar la depresión no significa rendirse ante ella, sino dejar de luchar, de resistirse ante tal enfermedad rindiéndose uno ante Dios y su infinita misericordia. Dejar que nuestras vidas posen en sus manos, a su eterno cuidado. Reconciliarse con la depresión significa en ultima instancia materializar en nuestras vidas la oración que nos enseñó Jesús, "hágase Tu voluntad y no la nuestra". Sólo así podremos hacer las paces con nuestra enfermedad y sobrellevarla de una mejor manera. Y sólo así podremos aligerar nuestra carga al entregársela a Jesús.

Cuando atravesamos una depresión, tendemos a tirarnos muy abajo, a sentirnos rechazados y a desesperarnos, mientras buscamos hasta el agotamiento la sanación. Tendemos a recurrir a cualquier método con la intención de deshacernos de ella lo antes posible. Esto no significa que uno no debería hacer uso de las ayudas médicas, psiquiátricas y psicológicas que tanta ayuda nos pueden brindar. Pero luchar contra la depresión sólo nos lleva al desgaste, e incluso, tal vez, a  una continua  decepción. Y es así que terminamos aún más desesperados y desanimados cuando comprobamos que la sanación no llega. 

En cierta medida, esta lucha contra la enfermedad nos lleva a veces a lastimarnos. Cuando nos esforzamos demasiado, nos desgastamos. Cuando clamamos a Dios incesantemente, terminamos sintiéndonos como un disco roto y rayado. Cuando tratamos de seguir todos los pasos que nos indican en los libros de sanación, terminamos encasillando en una fórmula nuestra vida espiritual y la acción del Espíritu Santo. Y al final, en aquellos casos en los cuales la depresión no se cura, la desesperanza se vuelve aún más abrumadora, aplastándonos sin piedad y dejándonos inmovilizados. Lo único que conseguimos es intensificar nuestra ansiedad, miedos, preocupaciones, desesperanza, falta de confianza, frustración e impotencia. Quedamos atrapados en un círculo vicioso donde lo único que se repite sin falta es el conjunto de todos esos sentimientos y pensamientos negativos que hacen estragos a nuestro ser, golpeando severamente nuestra autoestima. Y lo que es más grave todavía, nuestra relación con Dios se va erosionando, sufriendo daños que nos llevan inevitablemente a alejarnos interiormente de Su presencia.

Al esforzarnos demasiado, estamos tomando el control de nuestras vidas y abordando la enfermedad a nuestra manera. En consecuencia, no le estamos dejando lugar a Dios para que obre en nosotros y a través de nosotros según Su voluntad. Por otro lado, rogarle a Dios incansablemente significa que estamos tratando de forzar Su voluntad y moldearla a nuestros deseos, viéndolo como si fuese nuestro servidor y no nuestro Dios único y Soberano. Y por último, cuando tratamos de seguir al pie de la letra todos los métodos y pasos recomendados en los libros de sanación, nos estamos olvidando que la vida y el ser humano son realidades muy complejas que no necesariamente responden a un esquema determinado. Cabe señalar que mientras cumplimos todas esas "reglas", si bien recurrimos a Dios -a través de la oración, Su Palabra, arrepentimiento, etc-, a veces podemos cometer el error de hacerlo como si fuese una pieza más del tratamiento. Como si Él fuese una máquina, y si tocamos los botones necesarios, ésta inevitablemente va a tener que responder como queramos, nos va a tener que dar lo que buscamos. Dios nunca trabaja así con sus criaturas. Recordemos cómo trató Dios con la depresión del Rey David o la de Elías. Siempre partió de una relación íntima y personal entre los dos.

Para entrar en una relación íntima con Dios y mantenerla mientras atravesamos una depresión, es importante dejar de dar vueltas sobre los mismos pensamientos que sólo nos llevan a hundirnos en la confusión. Seguir preguntándonos hasta el cansancio ¿por qué Dios lo permitió?, ¿por qué Dios no me sana?, ¿acaso no le importo?, ¿será Dios un Dios bueno?, ¿qué clase de Dios es éste que no responde a  mis ruegos y parece indiferente a mi dolor?, todas estas preguntas, si bien son válidas y Dios las honra y escucha, no nos conducen a nada. Lo único que se consigue es hacer tambalear nuestra fe y convertirnos en personas de doble ánimo, inconstantes en todos nuestros caminos (Santiago 1:8). Y sabemos que Dios no quiere esto para nosotros. Todo lo contrario, Él siempre espera que nos mantengamos firmes en la fe a pesar de la adversidad. Dios no nos abandonará jamás, sino que nos irá asistiendo a lo largo del camino. 

En la Biblia, Dios nos dice claramente: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos" (Isaías 55:8-9). En este pasaje, Dios nos está indicando que nunca vamos a poder conocer o entender sus "pensamientos" y "caminos"; es decir Su voluntad absoluta. En consecuencia, la única manera de salir de la confusión que nos provoca nuestra situación es  simplemente tratar de aceptarlo como podamos. Sólo con un corazón humilde, obediente y agradecido podremos lograrlo. Y en esto tenemos que ser conscientes de que estas cualidades se cultivan mediante una continua relación y comunión con el Dios triuno. Debemos pedírselas para que nos las conceda, y cuidarlas a lo largo de nuestras vidas. 

Como dijimos en un principio, aceptar la depresión significa rendirse ante Dios y Su voluntad, permitiéndonos vivir confiados de que nuestro presente y futuro está en Sus manos. Adoptar esta actitud nos ayuda a caminar sobre un suelo firme y seguro basado en Su plan divino de salvación para con su pueblo. Plan que ideó desde los inicios de la creación para liberarnos del pecado y la muerte a través de la encarnación, crucifixión y resurrección de su único Hijo Jesús.

Cristo cargó la cruz por nosotros. Ya cargó con todas nuestras dolencias y enfermedades. Ahora dependerá de nosotros si queremos dejar de aferrarnos a ellas y entregárselas confiados bajo sus pies. Él siempre estará dispuesto a cargar por nosotros nuestra depresión. A nosotros sólo nos toca esperar junto a Él, con paciencia, humildad y un corazón agradecido, el momento de nuestra sanación y liberación.

Confiemos, entonces, en Dios cuando nos declara en Su Palabra: "Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis." (Jeremías 29:11)

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